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Así era la vida en Pedernales, el epicentro del dolor

  • mh
    20 de abril de 2016

Miguel Moreira Cedeño, Especial para PLANV
Viví dos años, por mi empleo como funcionario público y docente universitario, en Pedernales. Soy de El Carmen, cantón manabita ubicado a 90 kilómetros y a una hora de distancia del balneario. Recuerdo cómo era un sábado por la noche en Pedernales. Los turistas que llegaban de la Sierra, en especial de Quito, salían hacia el malecón. La farra se concentraba en la playa, pues junto al malecón se levantan cabañas en donde se podía tomar un cóctel o una cerveza y bailar, como en todas nuestras poblaciones costeras.
Desde las 18:00 los turistas empiezan a salir hacia la playa y se preparan para una noche de diversión. Puede decirse que había pocas discotecas en Pedernales: la farra realmente se concentraba en el malecón, al aire libre y junto al mar.
Al atardecer, cuando los turistas se detenían a contemplar como el sol se ponía en el horizonte, teñiendo de rojo las aguas del Pacífico, las luces del Malecón y de las cabañas de la playa y la música en los altoparlantes, empezaban a encenderse.
Los principales restaurantes estaban en el Malecón, como El Costeñito, Las Cabañas -en donde alguna vez comió Rafael Correa-, Villamartín, entre otros. Eran amplios comedores con mesas y ventiladores en los techos. Los meseros llevaban cartas con fotos de los platos a las mesas, y el trajín del servicio de la cena empezaba a sentirse.
Los principales hoteles se encontraban tanto en el malecón cuanto en el centro, cerca del parque central. La población vivía del turismo. En la entrada del malecón, la torre del hotel Royal con capacidad para 98 turistas, de color amarillo, y de cinco pisos, se veía claramente.  El hotel, que era uno de los más caros de Pedernales, tenía una tranquila piscina y un jacuzzi.

Muchas casas cayeron sobre sus bases y las plantas altas quedaron sobre las calles. 

Por lo menos seis retroexcavadoras remueven los escombros en varias manzanas de Pedernales. 

La destrucción en las calles de Pedernales es evidente: enseres de los pobladores son rescatados con dificultad. 
A pocas cuadras del Malecón se encontraba el parque central. En torno a la plaza, el Municipio, una Iglesia católica, algunos hoteles más y dos farmacias.
Las casas del pueblo, en su mayoría, eran de hormigón armado, con portales sostenidos por pilares y su altura promedio era de tres pisos. La mayor parte de las casas tenían locales comerciales y en los pisos altos había viviendas.
La vida de Pedernales transcurria plácida junto al mar, con los locales y servicios que atendían a su población.  
Varias escuelas tenía la población: la Unidad Educativa Atahualpa, el Técnico Agropecuario Pedernales y una Unidad Educativa del Milenio construida por este Gobierno. No había en Pedernales un hospital, sino solamente un pequeño centro de salud del Ministerio de Salud, ubicado a dos cuadras del Municipio.
La población tenía varias farmacias, como Sana Sana y Económicas, dos agencias de bancos como el Pichincha y el Banco de Fomento, oficinas de una Cooperativa de Ahorro, edificios de departamentos y un supermercado Tía. También tres gasolineras, pues era el punto de entrada hacia otros destinos de Manabí, como Canoa.
La noche del 16 de abril
Hasta que llegó el 16 de abril. Supongo que, con el paso del tiempo, la trágica fecha será recordada con el mismo dolor y espanto con que, muchos años después, los ecuatorianos conmemoramos el desastre de Ibarra del siglo XIX o el del Ambato en el siglo XX. 
Eran cerca de las 19:00, mucha gente había empezado a salir a comer y se preparaba para la noche de farra, que, generalmente, duraba hasta las 02:00 del día siguiente.
Fue en es momento que ocurrió el temblor: de pronto el suelo empezó a moverse y la gente se miró con espanto. Fue tan fuerte la sacudida, que muchas personas optaron por protegerse dentro de las edificaciones, debajo de los muebles. Otros, simplemente, salieron corriendo, bajaron las escaleras de rústica factura de sus casas, que tenían angostas salidas hacia la calle. Quienes estaban en la calle empezaron a correr, pero algunos fueron alcanzados por escombros que caían de las edificaciones que, en cuestión de segundos, empezaron a colapsar.
Los edificios adoptaron curiosas formas: como sino una mano gigantesca los exprimiera, se deformaron, y los pisos altos cayeron sobre los bajos, dejando las que eran las ventanas del segundo piso en plena calle.
El temblor se hizo eterno: y entre los gritos de horror de la gente, se podía escuchar el siniestro bramido de los vidrios que se rompían, de las columnas, los bloques y los ladrillos que se hacían pedazos como terrones de azucar, y espesas nubes de polvo blanco cubrían las calles.
Por medio de boquetes en las fachadas, es posible ver el interior de los dormitorios. 
Varias plantas de concreto cayeron sobre los ocupantes de por lo menos 22 hoteles destruidos. 
La luz se fue inmediatamente, como consecuencia de la destrucción de los postes eléctricos, que cayeron a la calle como serpientes, como si hubieran cobrado vida mientras soltaban chispas.
Aunque en Pedernales eso era frecuente: la luz se iba solo con simples con lloviznas. Era un pueblo acostumbrado a la oscuridad en las noches, y a dormirse arrullado por el ruido del mar.
La población tampoco tenía agua potable permanente, y el servicio era, con frecuencia, intermitente.
Por ello, la gente compraba tanqueros que traían del río Tachina, cercano al cantón. Cabe anotar que esta tampoco era agua potable, sino solamente tomada del río. 
Se podría decir que Pedernales también estaba acostumbrado a la sed, pero la desgracia produjo la falta total de agua potable.

Los heridos son atendidos en el estadio de Pedernales. Foto: Reuters
Mi retorno a Pedernales
Volví a Pedernales, recogiendo mis pasos, con ocasión de la tragedia. En la carretera que separa El Carmen de Pedernales, es posible ver todavía desplazamientos de tierra, y en la pista de concreto de la vía, una de las obras de esta administración, se ven algunas grietas.
En los últimos diez kilómetros antes de llegar a las ruinas del cantón, se podía ver desplazados deambulando sin rumbo. En sus rostros, aun perceptible el espanto de la noche del 16 de abril. Recordé esas escenas de las guerras europeas: gente caminando con el horror en la mirada y la incertidumbre en la pupila de los ojos. Al llegar al pueblo, esa impresión de irrealidad se volvió aún peor. Como si un implacable enemigo hubiera bombardeado el Ecuador, los que eran hoteles, bancos, edificios de departamentos, eran solo montones de ruinas. Por medio de las fachadas caídas y los boquetes en las paredes, se podían ver las camas colgando del abismo.
Muchos de los habitantes de Pedernales han dejado el pueblo. Los que tienen familias o amigos en los cantones vecinos como Santo Domingo o El Carmen han salido ya de ahí. Hay calles desoladas, como en un pueblo fantasma. Volví en busca del edificio donde había vivido los últimos dos años: aunque no se había desplomado, estaba cuarteado y había quedado inservible. Recordé que desde mi ventana podía ver el sol ponerse y belleza turística del lugar.

Edificaciones inservibles se pueden observar en toda la población. 

Muchos de los pobladores han optado por abandonar Pedernales con rumbo a los cantones vecinos. 
Quienes no tenían a dónde ir se han quedado cuidando las ruinas. Hay padres de familia que, con una silla rescatada de entre el amasijo de varillas y concreto de lo que fueron sus hogares, se han quedado custodiando sus escasas pertenencias. Tratan de salvar los electrodomésticos, los muebles, algo de ropa, los recuerdos familiares, los despojos de sus vidas que han quedado atrapados entre las montañas de escombros.
Aunque hay por lo menos cuatro refugios habilitados por el Gobierno, muchos no quieren ir ahí, por temor a las réplicas. Por eso, hay personas que se mantienen en los costados de las principales vías de entrada a la población, como son la que va a Cojimíes, la que conecta con Chamanga-Esmeraldas, la ruta a El Carmen y la vía a Jama.
Pude contar por lo menos seis retroextrocavadoras con sus enormes palas como garras, levantando los escombros informes. Dos máquinas estaban en el sector del parque central, otra en las ruinas del hotel Mr. John, que tenía cuatro pisos. Imposible saber cuántas vidas se han perdido en ese popular hotel. Lo mismo ocurrió con el hotel Royal: se había desplomado sobre sí mismo, y la loza de la terraza es lo único visible en el sitio.
Militares, policías, rescatistas con perros, voluntarios llegados de todo el país y extranjeros, y más que todo, los familiares de aquellos a los que los segundos que diferenciaron quién vivía y quién no, siguen escarbando entre el concreto, sacando con sus manos los pedazos de cemento. Para algunos, la forma en la que se usaron las retroexcavadoras habría producido más decesos. Esto será investigado por el Gobierno. 
Las operaciones de rescate se concentran en el Puesto de Mando Unificado, instalado en el estadio Maximino Puertas, donde también se han improvisado una morgue y un punto de atención prehospitalaria, que luego deriva los heridos a la provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas, ubicada a dos horas de Pedernales.

Militares se concentran en las instalaciones educativas del cantón Pedernales. 
Y, como es inevitable, me cuenta de la muerte de amigos y conocidos. Como Mónica Nazareno, quien era inspectora de la Unidad Educativa del Milenio, tenía un negocio de venta de CD y celulares, cerca de la Iglesia, y había muerto junto a su hijo. Otra amiga, quien vivía en una casa de madera frente al hotel Mr. Jhon, se había salvado gracias a la estructura de su vivienda. Pero la casa de concreto de su suegra simplemente se desplomó.
La presencia militar es grande: en la Unidad del Milenio están acampando los militares, así como enel Campus de la Universidad Laica Eloy Alfaro de Manabí.  El edificio de la Unidad Educativa, sin embargo de ser nuevo, no pudo resistir el sismo y se lo ve resquebrajado.
Según el cálculo del municipio local, hasta un 60% de las casas y viviendas podrían haber sido afectadas de alguna forma y la destrucción de la infraestructura hotelera llegaría al 90%, hasta el momento se confirmaban 22 hoteles desplomados, la mayor parte de ellos perdió su primer piso, las columnas cedieron y el resto de las plantas se asentó encima.
El centro de acopio, (donde se estaba construyendo el nuevo Terminal Terrestre, inconcluso por falta de fondos), está receptando las donaciones que llegan desde diferentes puntos del país. La vida en Pedernales no volverá a ser la misma.